Autorx: Morado Cuevas

Los patios de las escuelas son un reflejo de la sociedad, de eso no hay duda. Ahí, los niños y las niñas sufren procesos de discriminación y segregación como una especie de ensayo para el mundo adulto: los terrores de lxs mayores se proyectan en lxs niñxs, y estxs los replican en los escasos lugares donde pueden existir en paz. Se les enseña desde pequeñxs que la diferencia es aterradora, peligrosa por naturaleza; esto no se limita a la sexualidad ni al género: el color de piel, la religión, el peso, las discapacidades invisibles y demás factores juegan un papel vital en la creación de ese monstruo que es “el Otro”. Me consta.  Mi experiencia al crecer fue tortuosa: abusos por parte de los niños a mi alrededor, y rechazo por parte de las niñas. Yo era la persona que se aislaba en el recreo a leer porque incluso las autoridades me veían como un problema. La directora de la escuela, una mujer escandalosa y con una fijación preocupante por la sexualidad de los adolescentes, acuñó un apodo para mí: Niñx Limón. Yo era quien no se reía de sus chistes sexuales, ni aplaudía sus gracias; por lo tanto merecía castigo colectivo. En cuanto lo acuñó frente al aula llena de jóvenes quedé marcado. Su hostilidad, disfrazada de chiste, dio pie a que me atacaran sin piedad hasta el último día de clases.  Lo que no nos enseñan en la escuela es que, al crecer, la sociedad cree que somos cada vez más dignos de acceder a nuestros Derechos Humanos. Mientras lxs niños crecen no les queda más que confiar de buena fe en que sus familias les escucharán. Es desafortunado que México no sea especialista en el cuidado de sus infancias. De hecho, según la OCDE nuestro país es el primer lugar en abuso infantil del mundo. Entre el machismo, la violencia intrafamiliar y la suposición de que lxs niñxs son animales para corregir a correazos, no me sorprende.  Hablar de infancias trans es difícil: lxs niñxs son una población vulnerada. Se les considera personas en algunos aspectos legales, pero no se les permite la autonomía corporal, tener opiniones, ni Derechos Humanos. Se les trata como pertenencias de la familia: protociudadanos que tarde o temprano ocuparán un espacio en nuestra sociedad. Cuando personas que atentan contra sus derechos apelan a “protegerles” me recuerdan a las campañas del Frente Nacional por la Familia (FnxF), cuya intención es generar terror entre los padres y madres a partir de campañas donde no se consulta a lxs niñxs ni a lxs adolescentes para saber qué necesitan, porque los adultos creen saber qué es lo mejor para ellxs.  Tal como hace pocas décadas se asumió que la homosexualidad era una desviación antinatural creada por una mala crianza de los padres, ahora se demoniza a las infancias trans. Se asume que son niñxs y adolescentes víctimas de la influencia malévola de las farmaceúticas, que les convencen de pertenecer a otro género cuando la realidad es diametralmente opuesta. Los testimonios de padres de infancias trans hablan de cómo lxs niñxs se niegan a identificarse con el género impuesto, y el cómo, durante años, hacen presión hasta que les permiten expresarse como se necesita: a través de un nombre, ropa, actividades, etc. Hay niños trans femeninos. Hay niñas trans masculinas. Una cosa no excluye la otra. El punto no es encasillar a las infancias, es facilitarles los trámites burocráticos que necesitan por ley.  Para existir las personas trans no necesitamos que la ciencia nos respalde. Aún así, hay décadas de investigación sobre personas trans, infancias trans y la construcción de la identidad de género de lxs infantes, niñxs y adolescentes. Las personas trans no son personas homosexuales disfrazadas, ni forzadas a conformarse a la sociedad. Si existiera un fondo colectivo en donde depositamos un peso cada vez que alguien nos pregunta “¿Por qué no mejor te quedaste como homosexual si así es más fácil?” no habría personas trans en situación de precariedad económica. Las personas trans son ciudadanxs que existen y que necesitan acceso a lo que cada uno de ellos necesita: que el Estado garantice sus derechos.  Cada vez que busca protegerse a una población vulnerada, personas a las que no les afecta el problema gustan de entrometerse y teorizar cómo esa protección es un nuevo tipo de abuso. La iniciativa para el uso de uniforme neutro es un excelente ejemplo: estaba pensada para que las niñas pudieran ir a la escuela con mayor comodidad y para que no se negara la educación a infancias por romper el código de vestimenta impuesto por género. De inmediato, los medios lo transformaron en un espectáculo donde se asumió que era obligatorio el uso de faldas para niños y que el propósito era confundir a lxs niñxs para “volverles” homosexuales. Algo similar pasa con las infancias trans al asumir que implica hormonar niños, mutilar cuerpos sanos, y en general, regresar al patio de la primaria donde la directora apoya a los bullies. La expresión diversa de género no es una negación de la homosexualidad; existen personas trans homosexuales. Sean como sean, la diversidad debe celebrarse. Garantizar que las personas tengan una vida plena es un derecho humano, al igual que el acceso a un nombre. La iniciativa de ley presentada ante el Congreso local el 10 de octubre de este año no apela a cuerpos incorrectos, ni a estereotipos de género. Apela a que todas las personas que lo necesiten, infancias y adolescencias incluidas, tengan acceso a un acta de nacimiento que refleje su realidad. Para los adultos ya es posible como trámite administrativo, pero para las personas menores de 18 años se necesita un juicio largo y costoso. ¿Para qué? Para que su identificación respalde que una niña entre al baño con su mamá. Para que un niño pueda nadar sin camiseta sin que sea expulsado de las actividades. No hay hormonas de por medio, ni mutilación infantil, hay situaciones que ameritan tener un registro correcto. Las personas no cambian su identificación y luego se vuelven trans: las personas trans (infancias o no) son trans y necesitan de una identificación que les proteja ante la ley. Quienes se niegan a esto son personas que creen que los derechos de otras personas vulneran los suyos: conservadores y sus aliadas de facto, feministas transodiantes. A ellas no les importa el devenir de las infancias trans. Atacar a las infancias trans bajo una careta de preocupación es una manera de atacar los devenires trans como un todo. Se rehúsan a escuchar lo que la gente trans tiene que decir sobre su cuerpo y vida. Su solución a estos problemas es que dejemos de existir. No les interesa el debate porque, de entrada, consideran que no existimos ni deberíamos existir. Un debate con semejante diferendo inicial no puede llevarse a cabo.  Cuando pienso en lxs niñxs que no tendrán que limitar su desarrollo porque personas conservadoras creen que está mal que existan, sonrío.  Ellos no tendrán que pasar por lo que lxs adultxs trans pasamos: las burlas apoyadas por los directivos, los trámites de cambio de nombre, la incertidumbre de quedarse sin casa (o trabajo) porque tus documentos no coinciden con la persona que eres. Si eso no es un avance, no sé qué es. 

Morado Cuevas. Pasante de Letras Hispánicas. Especializadx en Análisis de Datos y Edición. Persona trans nb (no binarie) con autismo. Profesor adjunto en la UNAM. Organiza eventos y jornadas educativas con colectivas trans.

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