«La gente joven no quiere a los viejos, nadie escucha y todos tienen prisa: cuando uno quiere hablar, se van rápido”. La frase, en letras blancas, se proyecta sobre una de las amplias paredes exteriores de la Cámara de senadores en la Ciudad de México. La firma un tal señor Luis. Ya de noche, sobre la avenida Paseo de la Reforma –donde confluyen miles de trabajadores, turistas y paseantes– más de un curioso se para a leer.