Conoce las historias de algunas Infancias y Adolescencias Trans y No Binarias que hemos acompañado y de sus familias y conoce la importancia del reconocimiento de la identidad de género, para llevar una vida libre, plena y feliz.

Creo yo que lo que me hizo darme cuenta de que era trans es que siempre me cuestionaba cuando iba ...  

La historia de Thomas
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Creo yo que lo que me hizo darme cuenta de que era trans es que siempre me cuestionaba cuando iba al baño o me preguntaban si era niño o niña. El problema que tuve durante mi crecimiento es que me dijeron que no tenía que confundir a la gente a costa de mi bienestar y autoaceptación.

A los 16 fue cuando empecé a sospechar de forma más directa que podría ser trans, no tenía un apoyo en casa ni nadie que entendiera cómo me sentía y mi única amiga con la que hablé de esto casi no estaba.

Este año, 2021, fue cuando comencé a pensar en mí, pero seguía sin un apoyo y solo confiaba en mi gato, aunque suene absurdo para muchos, eso fue lo que me salvó de muchas cosas. Me abrí con él y, aun sabiendo que no hablaba y no me entendía, le dije que era un chico trans. La alegría que sentí al decirlo en voz alta y con un familiar en quien confiara me hizo sentir una alegría que no esperaba.

Esto fue algo simbólico, decirle a alguien querido quien soy en realidad sin ser juzgado y que me siga aceptando tan y como soy, eso fue suficiente para seguir adelante por mí.

Toda historia merece tener un espacio de exposición.

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Tu historia también debe ser contada.

Desde que estaba embarazada de mi primer hije sabía que tendría un arcoiris y si fué así, cuando Pau llegó...  

Arcoíris en escena
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Desde que estaba embarazada  de mi primer hije sabía que tendría un arcoiris. Y sí, fue así cuando Pau llegó…

Mi esposo y yo trabajamos en teatro, es nuestra felicidad personal y laboral, y este mismo nos fue preparando el camino para cuando llegara Pau. Po supuesto, contando con nuestros amigos de esta hermosa diversidad: Betty y Kary, Jonathan y Mario, el Tío Aguacate y su esposo, Roo y todos en este medio nos han sensibilizado y enseñado con su cariño que, como PERSONAS, nos debemos respetar.

Recuerdo que lo primero que llegó a nuestras manos fue: «Yo Soy Mi Propia Esposa» que relata la maravillosa historia de Charlotte von Mahlsdorf (Nacida Lothar-Berfelder  en Berlín el 18 de marzo de 1928 y murió el 30 de abril del 2002) quien era un travesti que vivió en los años 40’s como informante de la STASI (policía secreta de Alemania). Su historia nos enamoró.

Así es como el arte tocó nuestros corazones para tratar de ser y hacer el maravilloso trabajo de papá y mamá; sabemos que nuestro camino es largo pero con AMOR y VOLUNTAD -esta palabra tan hermosa la cito de Sandra Arcos, mamá de la Red de Familias Trans- todo, absolutamente todo se puede…

Mónica Galarza

Nacer, crecer, un juego que apenas empieza.Nací un día de mayo a principios de los 80.

Yo soy Ignacio Narán.
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Yo soy Ignacio Narán.

Nacer, crecer, un juego que apenas empieza.Nací un día de mayo a principios de los 80. Mi mamá de apenas 19 años, y yo ya tenía unahermana que estaba por cumplir 3.

El doctor que me sacó del lugar tan plácido en elqueme encontraba, dictaminó algo tan usual en su oficio que nadie objetó: “Es una niña”.¡Vaya mal entendido que empezó! Aquí la historia…La primera vez que me di cuenta de que algo era diferente, fue sin duda en el kínder.

Sí, aesa temprana edad y aúnsin vocabulario, me sabía poco usual. Recuerdo que las maestrasarmaban la estudiantina de pequeñines, algo muy básico, más como actividad recreativaque como verdadera vocación; ya tenían dos instrumentos elegidos y típicamente usadosy divididos por género: güiro para niños, pandero para niñas. Así de inocente, así desimple, así de cliché.

Sin embargo en un acto de libre albedrío, preguntaron a cada niñx,cuál instrumento querían tocar, la respuesta fue la esperada hasta que llegaron a mí, elegíel güiro. En realidad no lo pensé como un acto vandálico, de rebelión ni nada,sencillamente elegí güiro porque me gustaba más o porque entre los niños encontraba amis iguales. Con palabras dulces las maestras intentaron convencerme que el pandero eramejor, susargumentos, que ahora entiendo por demás sexistas, no lograronconvencermede lo contrario.

Al final del día llamaron a mi mamá a la direcciónpara hacer que cambiarami idea,le explicaron quecon el pandero estaría del lado de mis compañeritas, que eramejor instrumento para mí, porque me quedaba mejor, se veía mejor y era más colorido ydelicado, como yo (¿?).

Mi madre tampoco entendía el conflictoy hoyse lo agradezco.Defendió elhecho que habían dado a elegir y yo había hecho la elección. Sobra decir quegané este round,aunque más adelanteperdíun montón más.

Segundo suceso remarcable, kínder aún. Era navidad y momento de organizar el festival. La maestra preguntó con entusiasmo quién quería ser el Niño del tambor. Nadie, absolutamente nadie se ofreció como voluntario, excepto claro, contra toda regla y una vez más: yo. Otro lío. La maestra se rehusó a asignármelo, porque claro, el niño del tambor es niño y niño no era yo. O eso pensaban. Una vez más mi mamá visitó la conocida dirección, pero esta vez no pudo con mi defensa ante los encargados del casting y no, no gané. Cabe mencionar que obligaron a un niño a hacerlo y su actuación dejó bastante qué desear, así lo vi yo. Jajaja.

Creo que mi madre lo vio como algo pasajero, como algo típico que hacen los niñxs de esa edad, y sinceramente yo tampoco lo entendía del todo o no lo veía con espanto, pues creo que es algo natural en la infancia, aún creo firmemente que la diversión, experimentación y la imaginación no tiene sexo ni límites, mucho menos un deber ser.

Por su parte y en su mundo, mi hermana jugaba con muñecas y tenía una colección de ropa y accesorios que les cambiaba con devoción, le gustaban más los juegos en casa, su imaginación también era infinita, pero era totalmente diferente a la mía. Yo me divertía con la tierra, la avalancha, estar en la calle, andar en bicicleta, correr. Me gustaba más la aventura (o lo que en ese entonces consideraba como tal), hacer cada día un nuevo descubrimiento, buscar el misterio de las cosas, usar la fuerza, probar mi agilidad. Tendía a filosofar acerca de los poderes místicos de los juguetes y tenía esta rara idea que cobraban vida cuando se encontraban a solas. Me empeñé en comprobarlo mediante experimentos, fue divertido y al final concluí que sí, que sí se movían pero no me interesó contárselo a nadie más. Me gustaba desarmar cosas para ver qué tenían adentro y luego, sin éxito, volverlas a ensamblar (mi mamá aún me recuerda la destrucción de su preciado despertador).

En algún momento mi papá me regaló un Voltron original (mi mamá siempre me compraba imitaciones), que era una especie de leones/tigres robot que se ensamblaban para combatir el mal y tenía este poderoso slogan de “Defensor del universo”. ¡B-r-u-t-a-l!. Con esta descripción se entiende que era un juguete típicamente de niños y aún no entiendo por qué me lo regaló, pero nunca había visto algo tan genial. Aún lo conservo, así de fuerte me marcó.

Otra de mis caricaturas favoritas fue sin duda ThunderCats, tenía una playera con los personajes y era mi más preciado tesoro porque sentía que me permitía ser parte de esa misión o algo así. Convencí a mi mamá de comprarme la Espada del Augurio y la Garra de León-O, que estaba convencidx que tenía poderes verdaderos aún cuando había salido de un tianguis y la garra tenía una rebaba que lastimaba mi dedo chiquito.

Me encantaba subirme a la azotea de mi casa, casi siempre estaba ahí, era mi reino, mi escondite, mi lugar… Un poco porque nadie podía acceder tan fácilmente (me subía por una contraventana) y porque en ese lugar podía ser lo que yo quisiera.

Me tendía en el techo y a través de mi Espada del Augurio, intentaba ver más allá de lo evidente invocando su poder. Había días en que sólo me acostaba a pensar en los enigmas de mi vida y de la vida en general a tratar de descifrarlos, introspección que terminaba abruptamente con el grito inconfundible de mi mamá como a eso de las 5 de la tarde, para que me bajara ¡de una vez por todas!

La casa de mi infancia tenía 3 cuartos, pero no pasó por la cabeza de nadie que mi hermana y yo durmiéramos en espacios separados, tuve que insistir mucho y dar mis mejores argumentos para que se considerara que yo podía estar solx. No es que no quisiera a mi hermana, ¡al contrario! Sólo sentía invadida mi privacidad, tampoco me gustaba que mi mamá y mi hermana se cambiaran frente a mí o yo hacerlo frente a ellas. Me causaba mucho estrés que compartiéramos la regadera, porque era algo que me hacía sentir muy, pero muy incómodx. No podía expresarlo con palabras o ideas claras, sólo algo en mí me decía que yo no debía estar ahí.

Lo mismo pasaba en el Club de la colonia, porque las regaderas eran abiertas y cada que entraba ahí era como tener una de las peores pesadillas protagonizadas por mi cuerpo. Mamá me excusaba diciendo que era muy penosa e introvertida, nada más. Creo que en su momento ni ella como yo tuvimos alguna referencia o idea de que podía ser algo más complejo. En ningún lado se veía representada tal cosa y era difícil incluso imaginar.

Por eso sentía que nadie me entendía, que no podía hablar de esto con nadie, pero en realidad era algo que tampoco entendía yo. La imposición de cosas que no me gustaban, sólo por que así era como debía de ser me afectaba mucho, no lo entendía.

Las reglas

Como se esperaba, pasaron muchas cosas y perdí muchos rounds. El siguiente fue que nos cambiaron las camas y eligieron unas súper, súper de niñas: de color crema, figuras de madera muy garigoleadas, dibujos florales en las cabeceras, en fin. Todo lo que yo no era, todo lo que me hacía sentir más y más extrañx, incómodx, poco valoradx e invisible.

El tapiz de mi cuarto era de un tono pastel detestable, lleno de flores, y fue ahí que empezó mi furia; eso ya era demasiado. Para contrarrestarlo puse muchos pósters, rayaba los muros, comencé a arrancar el tapiz. Con enojo lanzaba un abrecartas a la pared, contra el tapiz, una y otra vez, esperando desaparecerlo y desaparecerme a mí de ese lugar. A la cama le fui pegando estampas, rayando los adornos, zafando los remaches de madera. Lo hacía porque todo eso me generaba mucha frustración, porque el hecho de que me obligaran a vivir/comportarme/adaptarme a algo que yo no era ni quería ser era tremendamente violento.

Decidí que ya no quería que me siguieran vistiendo igual que mi hermana, porque para mí era como si me pusieran un disfraz. Sentía que deliberadamente me vestían para que la gente se burlara de mí, para ser la diversión del mundo, el bufón.

Casi la totalidad de los conflictos que tuve con mi mamá fue en relación a la ropa, especialmente cuando comenzábamos a ir a eventos sociales, porque ella quería que yo usara vestidos, faldas, blusas y zapatos de niña. Eran peleas y peleas por semanas cada vez más serias. Yo por más que le decía que no quería usar nada de eso, ella no lo entendía.

No teníamos el vocabulario, las referencias, la experiencia más mínima: mi mamá no me entendía y yo no podía nombrarlo, ni darle forma más allá de mi frustración. No puedo culparla por eso, pero todo eso significó que, desde esa edad, me quedara claro que expresarme ofendía e incomodaba a los demás. Porque sin querer, me inculcaron un profundo miedo al qué dirán, me daba pena pedir algo, exigir cosas, y todo lo pensaba a partir de “¿Qué van a decir o pensar de mí?”. Sentía que todos estaban constantemente al pendiente de lo que hacía mal, que me seguían las miradas y no lograba esconder que era una especie de bicho raro. La presión y el deber ser me llevaron a hacer mi primera comunión. Algo que en realidad no me interesaba en absoluto.

Desde los 8 años quería tener el pelo corto y nunca me atreví, era como si tuviera este chip en la cabeza de no ir contra la norma, un comportamiento inculcado a través de pensamientos que te programan y que son muy difíciles de callar. Ser y actuar como yo quería fue un conflicto rapaz en mi prepubertad. Basta echar un vistazo a mis fotos de esa época y darse cuenta que me vestía con descuido, enojo, pena; porque no me gustaba, porque todo me hacía sentir mal.

En cuarto de primaria entendí que me gustaban las niñas y que eso era algo malo, porque en una clase nos pusieron a hacer exposiciones de temas tabú y junto con las drogas y el sida, estaba la homosexualidad. Vaya, equiparado a un vicio, una enfermedad. Tuve que tragarme todo lo que sentía, me lo guardé, no podía expresarlo pues “estaba mal”.

Cuando me empezaron a crecer los pechos fue como una tortura, como una burla del destino: no sólo no los quería, además me agredían todo el tiempo. Algo similar pasó con la menstruación y esto fue una estocada a mi autoestima, entonces dejé de verme.

Acabé por conciliarlo a fuerza, tuve que hacerlo, me conformé y terminé por aceptarlo antes de que me hiciera daño en serio. La forma de sobrellevarlo era evadirme y poco a poco fui volviéndome una persona muy maniática.

Todos los días veía las mismas películas, hacía de mi vida una rutina en la que no tuviera consciencia de mí. A la fecha me sé los diálogos completos de Rocky 1,3 y 4 de tanto que las vi. Yo, claro, quería ser él, Rocky; envidiaba su fuerza, su poder, su físico y bueno, poder boxear así. Vivía a través de los personajes masculinos de las películas, me evadía en ellos, vivía sus vidas en esa ficción. Siempre era mejor que lo que tenía.

Las primeras jugadas

En la secundaria “acepté” mi homosexualidad y pensé que eso era el origen de todo mal, que por eso me sentía incómodx todo el tiempo, que no encajaba.

Sin embargo en esta temporada apareció un pensamiento recurrente: “si volviera a nacer, ojalá fuese niño”, “si ahora tuviera la oportunidad de cambiarlo, lo haría, estaría bien padre”. Con frecuencia yo soñaba que era hombre, pensaba que era normal, que en los sueños siempre había un vaivén de género, en ocasiones cambiaba en cuestión de segundos. Pero sin duda en esa temporada (últimos años de primaria – secundaria), un sueño constante era que alguien, por alguna razón, me decía que sí me podía “convertir en niño”, sólo tenía que hacer tal y cual cosa y que tenía que esperar sin “asomarme” y se cumplirían mis deseos, por fin lo lograría. Siempre me despertaba repentinamente y era sumamente triste darme cuenta que no iba a suceder.

Veía con anhelo el equipo de básquet de los hombres porque me gustaba mucho la libertad con la que podían quitarse la playera y quedar en short; quería tener eso, quería poder vivirlo así. En esa versión de lo normal, de lo correcto y bien visto, pensaba: “si fuera niño estaría en el equipo de básquet y le pediría a ella que fuera mi novia”. Me gustaban tanto las niñas que la única manera que tenía de acercarme a ellas era siendo su amiga, acompañarlas a sus casas, hacerlas reír.

Pero claro, me sentía mal todo el tiempo porque me veían como una amiga más, eso también me afectó. Odiaba más el hecho de tener que usar falda y la blusa horrenda con holanes del uniforme. Todo eso significaba una minimización, vulnerarme, agredirme, denigrarme; perdía la esperanza de poder hacer algo por cambiarlo.

Lloraba mucho a solas mientras en la escuela me divertía y tenía amigos. Nadie se imaginaba por lo que estaba pasando, nadie imaginaba la frustración, el enojo.

Retrospectiva de lo jugado

Quizá yo no sabía describirlo, pero se notaba muchísimo que era alguien muy diferente de lo que se alcanzaba a ver. El primero en descubrirlo fue mi maestro de teatro en la secundaria, pues cuando repartía los personajes de una obra y llegaba a mí, se me quedaba viendo largo y profundo, con dudas y certezas a la vez; acababa dándome papel masculino más importante porque sabía que nadie lo haría mejor que yo, porque sabía que el papel de niña no me salía muy bien.

En retrospectiva y de haber tenido conocimiento, hubiera cambiado de sexo desde temprana edad. Si alguien a mi alrededor hubiera tenido el vocabulario y yo la oportunidad, lo hubiera hecho sin pensarlo. Sin dudarlo. Me hubiera gustado tener la posibilidad de decidirlo en tercero de primaria, por mucho, así al final de mi primaria, secundaria y preparatoria no hubieran sido un desastre total en muchos sentidos emocionales.

Una nueva oportunidad de jugar

Al día de hoy me reconozco como una persona no binaria, que está en constante búsqueda de encontrarse a sí mismx, de estar en paz y armonía con mi cuerpo, con lo que me rodea y con la gente que quiero con todo mi corazón. Mi única premisa es que el género no es un deber ser y que lo importante es verme al espejo y reconocerme, ser finalmente yo. Alcanzar la felicidad desde adentro y que se extienda hacia todos lados. No tengo claro si voy a convertirme en un hombre y cumplir así mis anhelos más profundos del fin de mi niñez, pero sin duda la búsqueda no termina. Mi objetivo de vida es fluir y quererme, quererme un montón.

Tengo un nombre que me gusta porque se ha deformado y se mueve conmigo, aún así estoy considerando agregar otro, uno que me represente también. Sin embargo ustedes pueden llamarme como quieran, usar el pronombre que les parezca mejor, pero por favor, eviten el diminutivo o referirse a mí como nena, niña, bonita, etc. porque eso sí que no me representa.

Espero que esta historia ayude a darle vocabulario a una madre o padre ante su hijx, que brinde lo que a mí me faltó y que así sus hijxs alcancen, desde temprana edad, todo su potencial y se desarrollen sin miedo, felices, libres. Porque es maravilloso este tiempo y hay que aprovecharlo, hay que hacer todo lo posible para vivir feliz.

¿Cómo puedes amar algo que te han enseñado a esconder? Algo que al salir a la calle y observar el paisaje consumista de la ciudad, te das cuenta que no existe. Algo a lo que te han enseñado a tenerle vergüenza, repulsión. ¿Cómo se aprende a amar?

Aprender a amar
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Aprender a amar

¿Cómo puedes amar algo que te han enseñado a esconder? Algo que al salir a la calle y observar el paisaje consumista de la ciudad, te das cuenta que no existe. Algo a lo que te han enseñado a tenerle vergüenza, repulsión. ¿Cómo se aprende a amar?

El cuerpo es nuestra conexión con el tiempo. Mis cicatrices me cuentan historias de tiempos pasados, pálidos surcos que se convierten en veredas en noches de nostalgia. Puedo sentir los músculos estirarse y contraerse mientras bailan al compás de una canción que probablemente es demasiado lenta para ser bailada. Converso con los lunares de mis hombros que me recuerdan de dónde vengo, como constelaciones de vidas pasadas, vidas que hacen posible que yo esté aquí. Siento mis cuerdas vocales vibrar y mis pulmones desinflarse lentamente mientras llego a la última nota de esa canción que me conmueve, de vez en cuándo, hasta las lágrimas. En mi ensoñación, navego las manchas de mi espalda con la esperanza de encontrar un nuevo continente en el cual la igualdad sea más que una idea que solo existe en los congresos. Reconozco mis curvas como blancos para recibir caricias de manos amadas.

Y entonces, invisible para este mundo de plástico, me planto frente al espejo y… me veo; piel, hueso, alma, miedos, inseguridades, sueños, pasiones. Un cuerpo que guarda mucho más que carne y hemoglobina. Me acerco y con un susurro hago eso que me han prohibido hacer. “Te amo” el espejo me contesta con una sonrisa torcida. Torcida y perfecta.

Mi nombre es Benjamín y soy un hombre trans de 22 años. Comencé a decirle a la sociedad que era trans cuando tenía 18 años, pero supe que era diferente desde que tenía 6, supe que no era una niña y que jamás podría encajar como una, supe que todo lo que quería ...

Benjamín
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Mi nombre es Benjamín y soy un hombre trans de 22 años. Comencé a decirle a la sociedad que era trans cuando tenía 18 años, pero supe que era diferente desde que tenía 6, supe que no era una niña y que jamás podría encajar como una, supe que todo lo que quería en el mundo era ser como mis amigos de fútbol, peinarme con el cabello hacia arriba, usar pantalones y simplemente que me trataran como a uno de ellos, que me incluyeran en sus pláticas y en sus juegos, pero eso nunca pasó.

Pasé mis días de kínder, primaria, secundaria y hasta de preparatoria sintiéndome alejado de todos: de mis amigos, de mi familia y de mi propio cuerpo. Con el tiempo, comencé a conocer poco a poco la comunidad LGBTTTIQA+ y empecé a identificarme con ciertas personas cuyas vivencias se parecían a las mías, así descubrí a la comunidad trans*.

Desde entonces no he dejado de informarme, educarme y acercarme a lugares y personas que me ayudan a entender más de mí y de mi comunidad. Dentro de esta búsqueda, tuve la fortuna de encontrarme con una red de apoyo y amistad, personas a las que ahora considero mi familia, mis hermanxs. He encontrado espacios en los que puedo ser auténticamente yo y apoyar a los que son como yo. Me hubiera gustado saber desde niño que soy trans y tener las palabras para expresar lo que sentía.

Mi familia aún no está cien por ciento de acuerdo con mi identidad, ni con mis decisiones y no voy a mentir, desearía que me apoyaran completamente, que entendieran por lo que he pasado y quien soy, como algunas familias que he tenido la fortuna de conocer y así poder tener una infancia y adolescencia distinta. Pero a pesar de que no fue así, no cambiaría por nada las experiencias que me han traído hasta aquí y que me han hecho ser quien soy y conocer a las personas que conozco.

Cuando me pidieron que hiciera una carta hablando de como es mi sentir al momento de que me llamen como “Axel” y se utilicen pronombres masculinos conmigo.

¿Cómo me siento? por Sara
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Cuando me pidieron que hiciera una carta hablando de como es mi sentir al momento de que me llamen como “Axel” y se utilicen pronombres masculinos conmigo. Lo primero que llego a mi cabeza fue esa asfixiante sensación de tristeza que llega a mi mente todo el tiempo, el enojo de saber que no importa que haga la gente me seguirá viendo como un niño.

Hace algunos días tuve problemas con mi directora cuando le dije que no me llamara “Axel”, que por favor me llamara Sara, ya que se me hacia una falta de respeto que no me hable por mi nombre.

Ella me dijo que ese no era mi nombre real, y que por lo tanto no era una falta de respeto. Legalmente es verdad, parece ser que eso a los adultos les importa mucho. ¿Pero, lo vale? ¿Causar daño psicológico a una persona por no querer utilizar su nombre real? Para quien este leyendo esto, he tenido incontables pensamientos suicidas a base de eso y más.

Mi familia me ama y yo a ellos. Pero no quiero soportar ese tipo de cosas el resto de mi vida, no pedí nacer así, creo que ninguna persona trans lo pidió.

Así que, por favor, por mi salud mental y mi bienestar personal, denme mi nombre.

Sara.

Creo yo que lo que me hizo darme cuenta de que era trans es que siempre me cuestionaba cuando iba...  

Arcoíris en escena
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Uno de los obstáculos más grandes en mi transición social ha sido el hecho de que mi nombre legal es incorrecto, desde que comencé a usar un nombre distinto al de mi acta ...

Ian Fragoso
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Soy Ian Fragoso Forjas, cumplí 15 años en octubre de 2019. Uno de los obstáculos más grandes en mi transición social ha sido el hecho de que mi nombre legal es incorrecto, desde que comencé a usar un nombre distinto al de mi acta he recibido una gran cantidad de preguntas intrusivas, el no tener mi nombre bien legalmente obstaculiza que otros perciban mi identidad de género correctamente ya que no siempre hay tiempo, contexto o interés necesario para explicar mi caso particular a cada persona que lee mi nombre en algún documento o identificación, tal vez crean que cambiar el nombre no es importante para hacer tu transición, sin embargo eso necesario. Explicarle a alguien que tu nombre y sexo de todos tus documentos está mal es algo difícil de hacer, el respeto a nuestra identidad deja de depender de nosotros y se vuelve sujeto al criterio personal de terceros. Esta situación se
repite hasta que el individuo cumple la mayoría de edad, un lapso demasiado prolongado durante el cual las niñeces y juventudes trans somos vulnerables.
Es intrusivo que otras personas cuestionen tu vida personal por que tu nombre no coincide
con tu apariencia, lamentablemente esta situación es inevitable para quienes no podemos
cambiar nuestros nombres, sobre todo en nuestras escuelas, donde a diario, nuestros
profesores pasan lista de asistencia, y es violento cuando con su mirada, y no en pocas
ocasiones con palabras, cuestionan nuestra apariencia física. Sí, lamentablemente esto
lo vivo en nuestra máxima casa de estudios, la UNAM, desde que ingresé a Iniciación Universitaria, su escuela de alto rendimiento, y ahora en preparatoria.
Se nos dificulta que se nos perciba correctamente en cualquier espacio donde deba hacer uso de documentos legales, ademas de ponernos en una situación de riesgo, ya que decir nuestro nombre de nacimiento es básicamente sacarnos del closet e implica una explicación para que  se refieran a nosotros como nos identificamos, como quienes somos.
Si se reconocen las identidades de los jóvenes nuestra calidad de vida mejorará significativamente, ya que no solo tendremos una mejor percepción de nosotros mismos, sino
que se evitarán situaciones de discriminación y violencia.
Dejarnos cambiar nuestro nombre es fomentar el respeto de nuestra identidad como
personas, y nos hace menos vulnerables.

Ian.

Cuando me pidieron que hiciera una carta hablando de como es mi sentir al momento de que me llamen como “Axel” y se utilicen pronombres masculinos conmigo.

¿Cómo me siento? por Sara
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Cuando me pidieron que hiciera una carta hablando de como es mi sentir al momento de que me llamen como “Axel” y se utilicen pronombres masculinos conmigo. Lo primero que llego a mi cabeza fue esa asfixiante sensación de tristeza que llega a mi mente todo el tiempo, el enojo de saber que no importa que haga la gente me seguirá viendo como un niño.

Hace algunos días tuve problemas con mi directora cuando le dije que no me llamara “Axel”, que por favor me llamara Sara, ya que se me hacia una falta de respeto que no me hable por mi nombre.

Ella me dijo que ese no era mi nombre real, y que por lo tanto no era una falta de respeto. Legalmente es verdad, parece ser que eso a los adultos les importa mucho. ¿Pero, lo vale? ¿Causar daño psicológico a una persona por no querer utilizar su nombre real? Para quien este leyendo esto, he tenido incontables pensamientos suicidas a base de eso y más.

Mi familia me ama y yo a ellos. Pero no quiero soportar ese tipo de cosas el resto de mi vida, no pedí nacer así, creo que ninguna persona trans lo pidió.

Así que, por favor, por mi salud mental y mi bienestar personal, denme mi nombre.

Sara.

Creo yo que lo que me hizo darme cuenta de que era trans es que siempre me cuestionaba cuando iba...  

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Uno de los obstáculos más grandes en mi transición social ha sido el hecho de que mi nombre legal es incorrecto, desde que comencé a usar un nombre distinto al de mi acta ...

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Soy Ian Fragoso Forjas, cumplí 15 años en octubre de 2019. Uno de los obstáculos más grandes en mi transición social ha sido el hecho de que mi nombre legal es incorrecto, desde que comencé a usar un nombre distinto al de mi acta he recibido una gran cantidad de preguntas intrusivas, el no tener mi nombre bien legalmente obstaculiza que otros perciban mi identidad de género correctamente ya que no siempre hay tiempo, contexto o interés necesario para explicar mi caso particular a cada persona que lee mi nombre en algún documento o identificación, tal vez crean que cambiar el nombre no es importante para hacer tu transición, sin embargo eso necesario. Explicarle a alguien que tu nombre y sexo de todos tus documentos está mal es algo difícil de hacer, el respeto a nuestra identidad deja de depender de nosotros y se vuelve sujeto al criterio personal de terceros. Esta situación se
repite hasta que el individuo cumple la mayoría de edad, un lapso demasiado prolongado durante el cual las niñeces y juventudes trans somos vulnerables.
Es intrusivo que otras personas cuestionen tu vida personal por que tu nombre no coincide
con tu apariencia, lamentablemente esta situación es inevitable para quienes no podemos
cambiar nuestros nombres, sobre todo en nuestras escuelas, donde a diario, nuestros
profesores pasan lista de asistencia, y es violento cuando con su mirada, y no en pocas
ocasiones con palabras, cuestionan nuestra apariencia física. Sí, lamentablemente esto
lo vivo en nuestra máxima casa de estudios, la UNAM, desde que ingresé a Iniciación Universitaria, su escuela de alto rendimiento, y ahora en preparatoria.
Se nos dificulta que se nos perciba correctamente en cualquier espacio donde deba hacer uso de documentos legales, ademas de ponernos en una situación de riesgo, ya que decir nuestro nombre de nacimiento es básicamente sacarnos del closet e implica una explicación para que  se refieran a nosotros como nos identificamos, como quienes somos.
Si se reconocen las identidades de los jóvenes nuestra calidad de vida mejorará significativamente, ya que no solo tendremos una mejor percepción de nosotros mismos, sino
que se evitarán situaciones de discriminación y violencia.
Dejarnos cambiar nuestro nombre es fomentar el respeto de nuestra identidad como
personas, y nos hace menos vulnerables.

Ian.